Cultura

La bicicleta

Por Olivia Diab

Empezar a andar en bicicleta, a los cuarenta años, no es tarea fácil. Sin embargo, una vez que se toma la decisión y se sale a andar, sale todo bien y los acontecimientos que suceden mientras una anda no se olvidan nunca más (como andar en bicicleta).

Yo empecé hace unos días, y no puedo parar. Es muy estimulante. Hago varios viajes durante el día. Sucede algo curioso cuando una mujer de cuarenta anda en bicicleta por Mar del Plata -supongo que les pasará lo mismo a las de otras edades y a las que andan por otras ciudades de Argentina y Latinoamérica (no me arriesgo a decir lo mismo de otras partes del mundo):

Por la mañana temprano, otros ciclistas circulan por las mismas calles pero son los “ciclistas macho” los que me pasan muy cerquita y a toda velocidad, casi rozando mi bicicleta y como diciendo “este vehículo no es para mujeres… pero cómo me gusta pasarte cerca y oler tu perfume!” Asustan un poco; sobre todo a mi que soy inexperta en esto de hacer equilibrio y al mismo tiempo prestar atención a los coches que pasan, a los semáforos, a los que doblan, a los peatones que cruzan por donde se les da la gana y como se les da la gana, a los ciclistas que me pasan casi rozando y a no parar de pedalear…

Porque, voy a ser clara: Andar en bicicleta no es sólo saber pedalear y mantener el equilibrio, eh? Para andar en bicicleta por la ciudad hay que manejar una serie de procesos mentales superiores. Creo que lo leí en esas frases que publican en Facebook todo el tiempo: “Los niños que aprenden a andar en bicicleta desde muy pequeños se desarrollan como personas más inteligentes”. También leí ahí mismo: “Los niños que aprenden música desde pequeños se desarrollan como personas más inteligentes que los de inteligencia media.” Otro de esos carteles decía “Los niños que se conectan con la matemática desde edades tempranas se desarrollarán en lo intelectual más profundamente”.

Las posibilidades son innumerables entonces:

-Los hombres que han aprendido a andar en bicicleta de pequeños son muy inteligentes.

-Los que han aprendido algún instrumento, son muy, muy inteligentes y los que se conectaron con la matemática son muy, muy pero muy inteligentes.

Me aventuro a pensar que:

-Un niño que aprendió a andar en bicicleta tuvo menos dificultades para conectarse con las matemáticas. Y es hoy un hombre inteligente

-Un niño que se conectó precozmente con las matemáticas, no tuvo dificultad alguna para aprender a tocar un instrumento. Hoy es un hombre muy inteligente.

-Un niño que aprendió a tocar un instrumento y se conectó con la matemática tempranamente, tuvo muy pocas dificultades para aprender a andar en bicicleta. Y hoy es un hombre re contra inteligente

-Un niño que aprendió a tocar el violín es más inteligente que uno que sólo tocó la guitarra; y si además anduvo mucho en bicicleta y le gustaron las matemáticas es hoy un hombre muy dotado intelectualmente.

-Un niño que supo hacer cuentas de dos cifras mientras andaba en bicicleta tocando el violín: parecía un mono y lo cargaban los compañeritos. Hoy es un superdotado.

-Un niño que aprendió a andar en monociclo, no tuvo ninguna dificultad en las olimpíadas de matemáticas y tocó el charango al mismo tiempo que la armónica mientras resolvía los ejercicios de dicha olimpíada: hoy es un hombre genio.

No quiero ni pensar cuántas más posibilidades se incorporarían a esta lista si sumáramos a las niñas y las mujeres.

Volviendo a mi bicicleta. A eso del medio día realizo mi segundo paseo. A esa hora los motoqueros están como locos, y cuando me pasan cerca hacen “rummm, rummm”, dos veces, muy fuerte. Algunos me tiran besos a través de sus cascos. Los peatones, cuando me detengo en la esquina, me dicen algunas cosas como “Petisa, cómo me gustaría ser tu asiento banana” (se nota que esos no aprendieron a andar en bici de niños, ni a tocar un instrumento y ni qué hablar de las matemáticas). Otros, los más ancianos me murmuran un “¿Me llevás, linda?” Cuando vuelvo a arrancar, los ciclistas macho que a la mañana casi me rozaron, ahora me dicen “Adiós corazón de arroz” y me pongo a pensar si la próxima vez que me vean me ofrecerán casamiento.

Por la noche, la pedaleada me encanta. Después de trabajar muchas horas sentada, los movimientos de rotación de las piernas hacen circular mi sangre, mi corazón se activa, el fresco del final del día me pone alerta. Llego a casa transpirada, cansada, agitada, muerta de hambre pero feliz de estar de nuevo en casa y de no haber gastado dinero en colectivo, que en este tiempo aumentó tanto, tanto.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...